Él

martes, 11 de mayo de 2010

"Recuerdo mi última estadía en México..." Escribí en mi cuaderno, una tarde que me quedé en mi casa.

Aun no comenzaban las clases y escribir era mi único medio de vivir sin aburrirme

"No fue lo que yo diría una magnifica experiencia, en realidad, estuve en la Ciudad de México, escondida en una aula de esas viejas escuelas ricas. Esa vez sentí que traicionaba a mi propio ser que siempre trató de ayudar a los demás, pero como dirían: "la necesidad es la necesidad" y aunque yo no necesitara mucho para sobrevivir, el hecho de haber llegado primero a los pueblos y querer ayudarlos, hizo que se terminaran parte de mis ahorros que conseguí estando en Canadá."

Me quedé pensando antes de continuar. ¡Qué experiencias las mías! Miré unas fotos que colgué en la pared: fotos de los pueblos que visité, fotos de los alumnos que más quise, y un cuadro que me regalaron y aun me llena de inspiración.

"Quizás debí de ser más cuidadosa. La escuela en la que estaba era una de esas donde se combinan todos los grados, desde primaria hasta la preparatoria. Una de esas escuelas donde el uniforme es elitista, y donde el ego de algunos es tan grande que subestima a los demás, incluyendo a un monstruo como yo.

Él era quizás el tipo más desagradable del mundo, y el hijo de la directora.

Yo daba clases a los chicos de primaria ¡Y me encantaba! Me veían tan grande para ellos que me decían maestra con respeto, ese respeto tan diferente que no te dan los demás. Pero de alguna forma llamaba la atención, por más que había decidido no hacerlo.

Y justo a él le había llamado la atención.

No supe cómo, la directora me había cambiado de pronto de los niños de primer año de primaria, a los de segundo de preparatoria, y la verdad es que no me importó, ya estaba acostumbrada también a chicos de aquella edad. Sin embargo él me hablaba de más, me seguía y no me dejaba ni respirar (bueno, eso es un decir). Su acoso era tan grande que decidí hablar con la directora, necesitaba cambiarme inmediatamente. Pero ella no accedió: yo era el capricho de su hijo y por complacerlo no me iba a mover.

Yo no sabía qué hacer.

Traté de hablar con él por todos los medios para que me entendiera, ya no me dejaba dar clases en paz. Todo el tiempo era él y él. Entonces ya no pude más. Accedí a salir con él.

Para ser franca, fue una de las mejores citas que he tenido. Siempre estuvo atento, tratándome como una princesa y no el monstruo que soy. Pero no podía garantizarle ser siempre ese ser dulce, estaba segura que el instinto me llegaría a traicionar. Empero él me insistía en que no sería así. Me rogaba estar conmigo.

Se había enamorado de mí...

Y yo de él.

Él tenía ese olor tan fuerte, ese olor que no podía ignorar. Siempre lo había visto en la escuela, pero era fácil ignorarlo, pues lo veía de lejos y no cruzábamos palabra alguna. Pero estar en el mismo salón, encerrados, se había vuelto mi tormento. Quería su sangre, beberlo hasta terminar con su vida. Pero no podía, no podía."


Miré la pared y sentí que si en ese momento hubiera tenido lágrimas, ahora estaría llorado. Suspiré fuerte y miré que el cielo se había vuelto oscuro.

"Quise huir de ahí en el momento en que supe que no podía ser mío. Pero él insistía. Le decía una y otra vez que eso estaba mal, que era lo peor que podía ocurrirle, no debía de estar enamorado de mí, le podía hacer daño, pero él nunca me entendió. Tomaba mis advertencias como algo aun más llamativo. Qué tontos son los hombres.

Él era para mí, lo que los italianos suelen decir como "Il tuo cantante". Ya no podía dejarlo.

O eso quería pensar.

Un día, mientras él y yo estábamos en mi casa, se acercó con cautela a mí, buscando no alertarme para alejarlo como siempre. Yo había establecido que podríamos estar juntos, pero sin haber ningún toque de por medio, él aceptó, pero no estuvo de acuerdo. Ese día, justo cuando se acercó, no sé qué fue de él que su olor me embriagó más y más. Tocó mi mano y a pesar de ser tan fría, él la sujetó fuerte. Me orilló en una pared y sin saber cómo... me besó. Me besó con sus dulces y suaves labios. Con su aliento que me hechizaba, su olor que me hacía perderme.

Pero yo jamás había besado a nadie así, y los instintos se comenzaban a apoderar de mí.

Lo sujeté del cuello y lo besé con más fuerza. Él estaba encantado, me sujetaba de la cintura y no quería soltarme, ni yo a él. Pero en su aliento olía su sangre, en sus labios tenía la necesidad de clavarle los colmillos y terminar con mi sed. Me di cuenta de mis pensamientos y lo alejé de golpe.

- Vete - le dije.
- No, no me voy a ir, quiero estar contigo.
- Te digo que te vayas - él todavía me volvió a besar, pero mis instintos estaban alocándose más, lo volví a separar de mi.
- ¿Por qué? - dijo con una infinita tristeza - yo te amo y tú me amas.
- Soy tu maestra - traté de justificarme.
- ¿Y eso qué? Te amo.
- Vete, vete y ya no vuelvas.
- Ireri... - se acercó para darme otro beso, pero lo volví a alejar, ésta vez sin probarlo.
- ¿Qué no entiendes? Se acabó el juego. Ya estuvo bien de esto de la maestra y el alumno - dije sin pensarlo - ¿Querías estar con una maestra? Pues ya, lo lograste. Yo quería ver que se sentía estar con un alumno, y no fue nada extraordinario ¿de acuerdo? Ambos ganamos algo, pero ya no hay más. ¡Lárgate!
- Tú me amas.
- Tú no eres más que un chiquillo.
- Tú me amas.
- No seas estúpido - lo jalé a la puerta - Yo no amo a nadie, y no podría amar a un niño, porque eso eres, un niño. ¿Sabes qué necesito? Un hombre, no a un chiquillo berrinchudo. Así que si no quieres de verdad lamentar estar conmigo, ¡Lárgate!

Le abrí la puerta y lo empujé

- Yo te amo.
- Tú me enfermas - y le azoté la puerta en las narices.

Esa noche no pude ni siquiera parpadear. Me quedé en mi casa pensando y pensando en nada y en él. Lo amaba tanto, pero era tan peligrosa para él. Ya no podía estar cerca, si lo volvía a oler no tardaría en devorarlo. Así que encendí la computadora y como mensajero anónimo, corrí el rumor de que él y yo andábamos. Esa era la peor traición de un maestro, el motivo por el que me echarían.

Y la red es tan rápida.

Al lunes siguiente la directora estaba que echaba fuego por la boca. Su hijo trató de cubrirme, diciendo que eran mentira los chismes que corrían por la escuela. Me preguntó a mí, y yo le dije la verdad que ella necesitaba escuchar y yo creer: Su hijo me amaba, o eso decía, y yo sólo había jugado con él.

No tardó en echarme del colegio. De no ser por mi mirada desafiante, ella misma me hubiera echado a patadas. Así que me dio un cheque y me dijo:

- Jamás vuelva.
- Jamás volveré – le prometí.


Suspiré con dolor. Fue uno de esos suspiros que te duelen, y no por el hecho de respirar, sino por recordar.

Esa misma mañana compré un boleto para Inglaterra sin regreso. Sólo había una persona que me podía dar refugio: William, mi protector en los días difíciles, así que no lo pensé y huí lejos de él.

¿Que si le dije algo? ¿Que si pasó como en las películas y él llegó en el último momento para despedirse de mí o detener mi viaje? Claro que no. Evité a toda costa que supiera dónde estaba.

Desde ese día, no lo he vuelto a ver y por su bien, espero no verlo de nuevo.


Cerré mi cuaderno de golpe y volví a respirar. Ya nada de eso me tendría que hacer daño, sólo ha pasado un año de eso. Me fui a mi habitación a vestirme para la escuela. Mi actitud tendría que ser otra. Es un nuevo día, es algo que debo de disfrutar, como todos los primeros días.

Salí lista y guapa de mi nueva casa. Miré mi coche y le sonreí como si fuera mi cómplice. Volví a dar un fuerte suspiro.

- Hoy, él entra a la universidad – me dije y sonreí.

Espero de verdad que esté muy bien el único chico al que he amado.

Arranqué mi coche y mis pensamientos ya no volvieron a él ese día.

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