Obsesión

lunes, 19 de julio de 2010

Podía recordar cuando era sólo un chiquillo y poder bufarme ahora de que ya no lo soy. Al menos, no el mismo.

Quería ahogarme en alcohol, en otras personas, perderme hasta no saber nada de mi, nada de ella. Quería perderme, pero quería encontrarla.

Aun podía cerrar los ojos y recordar la primera vez que la miré. Le sonreía a los niños pequeños con una mirada tan diferente a la que había visto jamás. Era como si fuera a cazarlos uno a uno, y a la vez tratara de evitar hacerlo. Su belleza era cautivante, sus labios llamativos y a veces parecía brillar de una forma tan particular que parecía que sólo yo podía mirar.

No me enamoré a primera vista: enloquecí.

Ya no podía pensar en otra cosa que no fuera ella, siempre ella. Salía antes de clases para verla de frente, me escapaba para coincidir con ella en el pasillo, me quedaba más tiempo con tal de verla salir. Era una obsesión que no me podía explicar, que nadie podía entender. Debía ser ella para mi, sólo para mi, sin compartirla.

Actué como un chiquillo pensando en eso. Hice un berrinche ante la única que podía hacer algo para complacerme; mi madre, la directora del colegio. Debía estar a mi lado, debía estar frente de mi.

- ¿Por qué esa profesora?
- Porque el viejo que me da clase me aburre - dije indiferente, aburrido, opacando las ansias que sentía, aguantando las ganas de gritar que ella debía estar a mi lado, sólo ella.

Pero cada clase era una tortura. Cada centimetro que me acercaba a ella podía oler su perfume especial, podía mirar su perfección, sólo provocaba que la deseara más y más. Estaba a punto de perder la razón. Hasta que ya no pude más.

- Sólo acepto para que se le quite la idea de perseguirme todo el tiempo.
- No es perseguirla. Sólo es querer estar a tu lado.
- Es la obsesión de un chico caprichoso - alegó.
- No - afirmé - es el ideal de un enamorado: estar al lado del amor verdadero.
- Te equivocas entonces de persona. Usted no me interesa en lo absoluto.

Sonreí tratando de tocar su mano que alejó de inmediato al leer mi acción.

- ¿Sabes que podrías ser encerrasa por salir con un menor de edad que además es tu alumno?

Ella puso una cara furiosa y se levantó a toda prisa, pero pude detenerla tomándola de la muñeca. tenía una mirada tan parecida a la que le vi la primera vez. Por primera vez pude saber, leer lo que ella pensaba: Estaba furiosa conmigo, pero no me haría daño.

Se volvió a sentar.

- ¿Quieres que me encierren en la carcel por salir con un niño?
- No - volví a intentar tomar su mano ahora con exito - quiero que olvides que sólo soy un niño - la miré y, aunque negaba siempre todo, cedió.

Ambos olvidamos lo que eramos. Olvidamos que no podíamos estar juntos por muchas razones. Lo que no sabía es que ella tenía más razones para no estar juntos que yo ignoraba. Pero en ese momento (y en realidad nunca) me importó.

No me costó trabajo comenzar a compartir momentos juntos, a lanzarnos miradas que sólo los dos entendíamos, pronto todo el berrinche que había hecho se había convertido en amor, estaba enamorado de ella.

Cada momento que pasabamos juntos, en el que inventabamos motivos para estar a solas yo sólo quería besarla, tomarla entre mis brazos, pero ella se alejaba de los roces, de un ligero toque, el día que la tomé de la mano fue la primera vez que la pude tocar y durante mucho pensé que iba a ser la última.

Pero algo que no le puedes hacer a una persona terca es decir que obedezca. Me dijo que no la siguiera, e igual llegue a la puerta de su casa donde no le causé la más minima sorpresa, de hecho suspiró molesta, pero contenta de verme. Me dejó entrar.

- No debes estar aquí. - me dijo con una expresión que poco a poco había encontrado en ella, contradicción.
- Sabías que iba a llegar.
- Tarde o temprano, sí, lo sabía - sonrió y me ofreció de tomar un café. Ella se sirvió una copa de vino tinto, yo le pedí una pero me regañó alegando que era menor de edad.

Nos sentamos en la mesa, uno frente a otro, platicando de la escuela, después de nuestros viajes, cambiamos de tema a lo que nos gustaba y pronto, ya sin café en la taza ni vino en la copa, los dos dejamos de hablar para mirarnos a los ojos y suspirar.

Acerqué mi mano a la de ella, y no la retiró. Tenía un tacto frio, pero acogedor. Me miró con un poco de miedo, pero no se alejó. Me puse de pie sin soltarla, e hipnotizado por ella me acerqué peligrosamente a su rostro, la sujeté delicadamente de su mejilla retirandole los cabellos de la cara y, aspirando su aroma, la besé.

Entrecerré los ojos, pero era como si pudiera adivinar los que ella pensaba, lo que ella también deseaba. Los dulces besos se fueron transformando rápidamente en apasionados y desenfrenados arranques de deseo.

Ya no podía esperar, quería tomarla y hacerla mía, todo estaba a mi favor, a nuestro favor. Pero ella se detuvo de pronto. Fue un enfrenon que no me dejó actuar.

Ella me empezó a correr, a decir que debía de irme porque ella era mi maestra y yo debía alejarme. No sólo me sacó a patadas, ella empezó a mentirme diciendo que no sentía nada por mi.

- Yo te amo.
- Tu me enfermas - dijo antes de azotarme la puerta en la cara.

Después las cosas fueron demasiado confusas.

Me llegaban mensajes de texto aplaudiendome, otros burlandose, algunos me preguntaban cómo lo había hecho, pero yo no entendí hasta que llegué a la computadora y leí todo. Alguien nos había expuesto. Había dicho que salíamos juntos, que andabamos juntos.

Por más que traté de negar la versión, de justificar todo, no sirvió de nada. El lunes la vi salir a la oficina de mi madre, y me di cuenta que era la última vez que la vería caminar por los pasillos, que me dirigiera su mirada y de inmediato la telepatía entre nosotros se rompió.

Perdí la razón. Quería ir tras de ella, pero mi madre me lo negó por completo, literalmente me encerró para que no saliera a ninguna parte. Sólo que puede más la voluntad de un enamorado que una simple puerta. Abrí la ventana y, con malabares que aun no entiendo cómo los hice, pude escapar del sexto piso del edificio donde vivíamos.

Corrí a su casa, pero lo único que encontré fue un discreto camion de mudanza junto con otro de caridad. Ninguno de los conductores sabía de la dueña, la administradora del edificio dijo que ella se había ido sin decir a donde. Volví al camión de mudanza corriendo.

- ¿A dónde llevan esas cosas?
- ¡Qué te importa! - dijo muy molesto, saque mi cartera y alivie su molestia - a una bodega. - respondió más animoso.
- ¿Eso era todo?
- No, en realidad sólo son esas cajas.
- Se las compro - dije sin chistar y el conductor se rio.
- No soy ladrón - me malmiró y se subió de inmediato a su camión.
- No, espere... yo no le pido que sea ladron... sólo dejeme ver lo que hay en las cajas.
- Entonces el ladron es usted.
- No, yo sólo... - no tenía cómo explicarlo - sólo dejeme ver lo que hay en las cajas, se lo ruego.

Sonrió sabiendo que tenía todas las ventajas. Me dijo que subiera al camión. No podía mostrarme las cajas ahí, así que me llevó a la bodega luego de otra muestra de mi generosidad.
Yo buscaba alguna pista, algo que me llevar a ella, pero lo que encontré en las cajas fueron las cosas más extrañas que había visto. Libros viejos, fotografías, ropa antigua. ¿Porqué guaradaba esas cosas?

Abrí un cuaderno que tenía las hojas amarillas de lo viejas que eran, más no descuidadas. Tenía una caligrafía alargada que me costaba trabajo entender. Me senté por horas en el piso frio tratando de comprer cada una de las palabras que decía.

Hablaba y hablaba de la Emperatriz, de su querido Max. Pero seguía sin entender mucho, su español era antiguo y tenía más palabras de las que necesitaba. Seguí hojeandolo hasta que de ahí cayó una fotografía amarilla, arrugada y vieja.

La tomé y vi el retrato de la joven que vestía ropas muy discretas, negras y apenas podía sonreir.

Era ella.

Pensé y pensé en lo que significaba eso. Era claro que debía ser un montaje, o una pariente parecida a ella, podía ser lo que sea.

Esa noche no dormí, no pude cerrar los ojos. Tenía un enorme vacio en el estomago, en todo el cuerpo, en el alma. ¿quién era ella? ¿por qué se había ido?

Es noche decidí que fuera como fuera, yo la encontraría.