La mejor actuación

lunes, 25 de abril de 2011

Llegué agotada a casa, con los pensamientos dirigidos hacia un lugar muy lejos de mí. Del otro lado del océano para ser exactos, hacia el chico de mirada ensombrecida que compartía mi dolor. Traté en vano de liberarme de su rostro cubierto de pena, sabiendo que siempre lo llevaría tatuado en una parte de mí, como la única persona que cuando menos una vez sentía igual.

Tomé mi móvil. Nunca lo dejaba y ahora precisamente necesitaba oír su voz. Sabía que no encontraría respuesta, no la que quería escuchar, la de antaño, como no lo había hecho desde hacía tanto tiempo y sin embargo solo escuchar su timbre de voz alegre en el contestador ayudaría.

“En este momento no estoy disponible pero deja tu mensaje, cita, o pendiente. Si me interesas antes de autodestruir el mensaje estaré a tu lado. Cambio y fuera, cierto si eres una chica linda no olvides dejar tu nombre. Aston Darian.

Reí de su bobada tanto tiempo con ese mensaje. Aun se notaba que apenas comenzaba a cambiar de voz, dejando atrás la adolescencia. Jamás se había atrevido a borrarlo, sonaba tan alegre, como cuando era mi mejor amigo en todos los sentidos, antes de toda la desgracia…

Me metí en la tina deseando con todas mis fuer zas que los múltiples sentimientos que me confundían ahora mismo se deshicieran junto con las burbujas de jabón. Era ilógico creer que pasaría todo. Miré el baño, pensé en mi propio penthouse, en donde seguida de todos modos solitaria. Sola por decisión propia, ese era el castigo que me había impuesto yo misma, por no haber sido capaz de darle las fuerzas necesarias a mi hermano, aislando mis sentimientos, para no volver a ser lastimada. No querer a nadie, que nadie más me quisiera, ser la niña tonta que ser una hija de familia prominente requería. Ser la muñequita de papá, que presumía en todos los cockteles como la gran modelo de pasarela.

No servía de mucho tener una carrera de verdad. No quería involucrarme en nada que fuera muy profundo. Me gustaba contonearme en el mundo superficial, eso involucraba menos peligro menos vulnerabilidad. Todo se regía por conveniencias o popularidad, sin embargo una parte mía que creí muerta ahora se sentía dolida, no la dejaría emerger, no rompería la promesa conmigo misma.
Salí de la tina. Me coloqué un bonito vestido entallado rojo, acomodé mi cabellera en un chongo no elaborado, un poco de perfume, gloss. Lista para olvidarme de todo en una fiesta, en los labios de algún chico al que emocionaría prometiéndole una buena noche de pasión. Un pobre ingenuo que al final terminaría teniendo que darse un baño de agua helada, sin la mínima posibilidad de llegar más allá de un par de caricias.

Esa era yo colocándome un antifaz, actuando día y noche como la gran actriz que era, dando el mejor espectáculo, haciéndoles entrar en mi juego de creer que era alguien que no era.

Todos

Quizás tenía aun demasiado atorado el sentimiento como para dejarlo ir. Miraba a todos los parientes rezar y llorar. Yo ya me había cansado de hacerlo. Estaba tan muerto por dentro, que llorar hubiera demostrado sólo que seguía vivo... y no quería estarlo.

Cuando regresé a casa, después de dejar a los ultimos en París, me encerré en mi habitación. Todo tenía algo de ella, su olor, su presencia, su imagen. Me eché en mi cama boca abajo, tenía los ojos abiertos, pero perdidos en las últimas veces juntos. Cuadno estuvo en mi cama, cuando estuvo sentada en la silla, cuando me gritaba por que hice una travesura. Respiré tan fuerte como pude.

Estaba a punto de volverme loco.

Mi madre tocó la puerta y me llamó para salir. La ignoré. Volvió a tocar, pero esta vez entró, se sentó a un lado de la cama y me acarició la cabeza revolviendome el cabello.

- Yo también la extraño.
- No lo dudo. - dije honestamente, dejándome querer, sintiendome protegido por ese calor que esa mujer y su marido me habían proporcionado sin condiciones.
- ¿Por qué no sales? Tu padre y yo queremos cenar todos juntos.Vamos Keane...

No tenía hambre, desde hace días no sentía apetito, sin embargo no pude negarme. La mujer me tomó de la mano y me llevó a la cocina como niño chiquito. Ahí estaba mi padre, hombre de temple tan fuerte cuando lo conocí, y ahora sólo es un hombre ojeroso y débil. Cuando me miró intentó sonreir. Nadie podía hacerlo, nadie quería hacerlo.

La cena no sé su fieron habichuelas o tachuelas, era lo mismo para mi paladar. Para el de todos. El silencio de los tres se volvía cada vez más incómodo, pesado. Era demasiada tristeza en el ambiente. De pronto una cuchara que estaba en el fregadero cayó al suelo estrepitosamente y los tres la miramos con detenimiento entre sorprendidos y asustados.

Esbocé una sonrisa. Sentí por primera vez, como hace mucho tiempo, que Bridget lo había hecho para romper le silencio. Yo le hubiera sugerido que fuera la cazuela, pero ella siempre había sido más fina y delicada.

Miré a mis padres. Ellos seguían mirando la cuchara, como buscando al responsable, obviamente no había nadie ahí.

- ¿Saben? - interrumpí su busqueda - hoy una chica me dio una nota y me dio un beso.
- ¿Un beso? - preguntó mi madre interesada.
- Sí, en la frente.
- ¿Y eso por qué? - preguntó ahora mi padre.
- No sé... - me encogí de hombros - fue como si Bridget me hubiera mandado a alguien para darme animos... - saqué la nota de mi bolsillo trasero y se la di a mi mamá. - Creo que no quiere que ninguno nos rindamos.

Mi madre tomó la nota y la empezó a leer. Rápidamente se tapó la boca y las lágrimas salieron de sus ojos. Mi padre se acercó a ella y la tomó de los hombros. También se puso a leer la nota y se soltó a llorar.Me uni a ellos y los tres nos dimos un fuerte abrazo.

Hacía tanto que nos hacía falta un consuelo.De pronto cayó un tenedor muy cerca de donde había caido el anterior.

- Basta Bridgett, sólo te falta que tires las cazuelas - dije inundado de lágrimas y una sonrisa. mis padres también sonrieron entre sus lágrimas.
- No Keane - me contradijo mi madre - Bridgett es más fina.

Sonreimos todos juntos, todos, no faltó ninguno.

Ni siquiera Bridgett.