Juramento

martes, 28 de junio de 2011

Algunas personas dicen que tengo suerte, pero no he podido comprobarlo. Por más que hablen de mi, por más que los ignore, hay palabras que hacen daño, y las que hacen más daño son aquellas de compasión, las de lástima, las de aquellos que más amas.

Jamás he perdido la esperanza a nada, mucho menos al amor y sé que para llegar a eso hay que pasar por el desamor. Pero tengo fé, no tengo que llegar a eso para encontrar el amor.

Cuando la conocí me sentí tan afortunado, quizás sí conocí la suerte ese día, ella sonrió de nervios, ibamos a salir los dos al mismo tiempo en la pasarela. No la conocía, jamás la había visto en persona, sólo sabía que ella era una leyenda, yo sólo un pueblerino del este de Estados Unidos.

- No tengas miedo - dijo, me tomó de la mano dandome completa confianza. Sonreí con ella y cuando fue nuestro momento lo hicimos como si lo hubieramos hecho mil veces antes.

Regresamos a los camerinos y tan emocionada como estaba me abrazó, sin saber que a partir de ese momento estaría enamorado de ella.

Ella siempre estaba sonriente, siempre amable, claro, como todos mantenía un caracter temible cuando se molestaba, pero en general era la persona más carismática que había conocido. Siempre tramando travesuras, aventuras, no había un momento de tranquilidad con ella, todo era emocionante...

Pero cuando se fue su hermano todo eso de ella cambió. Fue a mi, me lo contó, platicó y prometió hacer algo, su familia volvería a ser la misma y aquella que quebró todo pagaría hasta las ultimas consecuencias. En ese momento parte de su brillo había desaparecido, y apareció otra parte de ella.

Sin embargo, aunque quisiera ayudarla en todo, ella se negó, haría todo sola. Me pidió jurara continuar con mi vida, como ella lo haría con la suya. Lo juré.

Recorrí Europa, América y Asia, todos en el trabajo que mejor sabía hacer. Salí en revistas, portadas y carteles publicitarios. Realicé algunos pequeños papeles en películas, en series y en comerciales. Hice todo lo que debía hacer, pero aun me sentía vació, sabía que no podía dejar las cosas así, no podía continuar mi juramento sin verla de nuevo...

Así que volví, no dispuesto a conquistarla, tampoco con la idea de enamorarla de mi. Sí, volví por ella, volví por mi juramento.

Mi vida continuaría, pero a su lado.

Libertad

domingo, 26 de junio de 2011

Puedo recordar todos los detalles de mi vida sin error, con lujo de detalle, inclusive puedo recordar lo que estaba pensando en cada momento que viví.

Y es que mi vida no es una corta historia de 32 años que aparento, sino una de casi mil que llevo a cuestas.

En esos mil años han sucedido infinidad de cosas, he conocido más la muerte que la vida, he conocido más el odio, el rencor y las guerras que el amor y la bondad que a los humanos les encanta presumir. Sin embargo eso no me afecta, no me mata, no me interesa. Ya no más.

Yo soy la creación de un vampiro barbaro, sanguinario, que amaba la guerra, la sangre y el dolor como nadie más. Decidió usar a una mujer para engendrar a un ser como yo, mitad humano, mitad vampiro. A esa mujer jamás la conocí, no supe quien era, no recuerdo su rostro, sólo recuerdo el olor de su cuerpo, lo tibio de su cuerpo y lo caliente que estaba su sangre cuando la devoré. Me dio vida, y a cambio, yo tomé la suya.

Crecí tan rápido que todo aquel humano que me veía no me podía reconocer, pensaban que era otra persona, otro niño. Pero no sólo mi cuerpo crecía sin límite, mi mente también lo hacía, tan pronto tenía un mes de vida, mi cuerpo parecía de un niño de 10 y mi mente la de un joven de 20 años.

Mi padre vivía en un mundo de guerras, violencia, formaba parte de un ejercito de carroñeros, vampiros que se alimentaban de los humanos caidos. Al principio me llevaba, me obligaba a alimentarme de ellos, pero tan pronto probaba su  sangre tibia o fría, los vomitaba, me causaba repugnancia. De pronto ver a mi padre alimentándose de ellos me dio asco y lo rechacé, prefería cazar a mis propias victimas y matarlas yo mismo.

En ese tiempo, los humanos tenían miedo a criaturas como mi padre, pero el beneficio que ambos podían obtener los mantenía juntos. Esas personas eran igual o más sangrientas que mi padre, así que cuando me presentó frente a ellos no tardaron en aceptarme, aunque no podían negar el miedo que me tenían. Una cosa muy clara era que mi padre fuera un vampiro, un hombre transformado por otro ser igual que él, pero yo era diferente, ellos me veían crecer, me veían matar sin tocarme el corazón, era más fuerte que ellos y no envejecía. Me temían.

Las reuniones de los lideres de guerra pronto se volvieron comunes para mi. Tenía una mente que podía planear los ataques con exito, preveer los ataques de los demás sin margen de error. Los viejos y los sabios me pedian consultas, yo podía elegir a los prisioneros que cenaría. Hasta la atención que recibía mi padre era la más atenta, le habían dado a elegir sus victimas para comer, pero siempre elegía los cadaveres, jamás dejaría de ser carroñero.

Pasó muy poco para que mi padre decidiera volver a crear a un ser parecido a mi. Usó a otra mujer y de nuevo murió dando vida. Mi hermano no mató a su madre de la misma forma que yo, al poco de nacer se puso débil, ni la sangre lo animaba. Mi padre supo en ese momento que su segundo intento había sido fallido e intentó matarlo al instante, pero yo no lo permití, le pedí dejarlo con vida, así yo le enseñaría todo lo que sabía. No muy conforme, aceptó.

Crecimos juntos, convivimos y lo llegué a querer como nadie, era el único que podía comprender mis diferencias con los demás, entendía mi soledad. Pero él no era muy fuerte en la batalla, ni muy hábil para la estrategia. Yo lo protegía, lo cuidaba, yo lo veía como mi hermano, mi padre lo veía como una molestia.

Una noche que salí al campo de batalla, lejos del campamento, mi padre aprovechó para esconderse de mi y en medio del sueño de mi hermano... lo destazó.

Regresé y lo encontré muerto. Nadie se había atrevido a tocarlo, a ocultarlo, lo miraban con desprecio y hasta con gusto tomaban su muerte. Yo no pude con el dolor, la desesperación, la ira. Encontré a mi padre, comiendo muertos, le grité, le reclamé, era obvio que había sido él, no lo negó.

- ¿Para qué vivir una criatura tan débil y torpe? Lo mejor que le podía pasar era morir.

No soporté sus palabras, su indiferencia. Corrí a él,  lo enfrenté, y lo maté con facilidad, con placer. Sin buscarlo, me había deshecho de aquel que me ataba, de un "amo" que despreciaba. Con su muerte, yo ganaba mi libertad.

A partir de ese momento yo pude hacer lo que quise. Tomar mis propias decisiones, unirme al ejercito que quisiera, buscar a mis victimas, ser libre.

Sin embargo la libertad la cambié, me até a un odio, a una venganza, la até a ella y mi juramento de acabar con todo lo que ame, lo que la haga feliz...

Mi venganza es acabar con la única persona que he amado por no amarme.

La mejor actuación

lunes, 25 de abril de 2011

Llegué agotada a casa, con los pensamientos dirigidos hacia un lugar muy lejos de mí. Del otro lado del océano para ser exactos, hacia el chico de mirada ensombrecida que compartía mi dolor. Traté en vano de liberarme de su rostro cubierto de pena, sabiendo que siempre lo llevaría tatuado en una parte de mí, como la única persona que cuando menos una vez sentía igual.

Tomé mi móvil. Nunca lo dejaba y ahora precisamente necesitaba oír su voz. Sabía que no encontraría respuesta, no la que quería escuchar, la de antaño, como no lo había hecho desde hacía tanto tiempo y sin embargo solo escuchar su timbre de voz alegre en el contestador ayudaría.

“En este momento no estoy disponible pero deja tu mensaje, cita, o pendiente. Si me interesas antes de autodestruir el mensaje estaré a tu lado. Cambio y fuera, cierto si eres una chica linda no olvides dejar tu nombre. Aston Darian.

Reí de su bobada tanto tiempo con ese mensaje. Aun se notaba que apenas comenzaba a cambiar de voz, dejando atrás la adolescencia. Jamás se había atrevido a borrarlo, sonaba tan alegre, como cuando era mi mejor amigo en todos los sentidos, antes de toda la desgracia…

Me metí en la tina deseando con todas mis fuer zas que los múltiples sentimientos que me confundían ahora mismo se deshicieran junto con las burbujas de jabón. Era ilógico creer que pasaría todo. Miré el baño, pensé en mi propio penthouse, en donde seguida de todos modos solitaria. Sola por decisión propia, ese era el castigo que me había impuesto yo misma, por no haber sido capaz de darle las fuerzas necesarias a mi hermano, aislando mis sentimientos, para no volver a ser lastimada. No querer a nadie, que nadie más me quisiera, ser la niña tonta que ser una hija de familia prominente requería. Ser la muñequita de papá, que presumía en todos los cockteles como la gran modelo de pasarela.

No servía de mucho tener una carrera de verdad. No quería involucrarme en nada que fuera muy profundo. Me gustaba contonearme en el mundo superficial, eso involucraba menos peligro menos vulnerabilidad. Todo se regía por conveniencias o popularidad, sin embargo una parte mía que creí muerta ahora se sentía dolida, no la dejaría emerger, no rompería la promesa conmigo misma.
Salí de la tina. Me coloqué un bonito vestido entallado rojo, acomodé mi cabellera en un chongo no elaborado, un poco de perfume, gloss. Lista para olvidarme de todo en una fiesta, en los labios de algún chico al que emocionaría prometiéndole una buena noche de pasión. Un pobre ingenuo que al final terminaría teniendo que darse un baño de agua helada, sin la mínima posibilidad de llegar más allá de un par de caricias.

Esa era yo colocándome un antifaz, actuando día y noche como la gran actriz que era, dando el mejor espectáculo, haciéndoles entrar en mi juego de creer que era alguien que no era.

Todos

Quizás tenía aun demasiado atorado el sentimiento como para dejarlo ir. Miraba a todos los parientes rezar y llorar. Yo ya me había cansado de hacerlo. Estaba tan muerto por dentro, que llorar hubiera demostrado sólo que seguía vivo... y no quería estarlo.

Cuando regresé a casa, después de dejar a los ultimos en París, me encerré en mi habitación. Todo tenía algo de ella, su olor, su presencia, su imagen. Me eché en mi cama boca abajo, tenía los ojos abiertos, pero perdidos en las últimas veces juntos. Cuadno estuvo en mi cama, cuando estuvo sentada en la silla, cuando me gritaba por que hice una travesura. Respiré tan fuerte como pude.

Estaba a punto de volverme loco.

Mi madre tocó la puerta y me llamó para salir. La ignoré. Volvió a tocar, pero esta vez entró, se sentó a un lado de la cama y me acarició la cabeza revolviendome el cabello.

- Yo también la extraño.
- No lo dudo. - dije honestamente, dejándome querer, sintiendome protegido por ese calor que esa mujer y su marido me habían proporcionado sin condiciones.
- ¿Por qué no sales? Tu padre y yo queremos cenar todos juntos.Vamos Keane...

No tenía hambre, desde hace días no sentía apetito, sin embargo no pude negarme. La mujer me tomó de la mano y me llevó a la cocina como niño chiquito. Ahí estaba mi padre, hombre de temple tan fuerte cuando lo conocí, y ahora sólo es un hombre ojeroso y débil. Cuando me miró intentó sonreir. Nadie podía hacerlo, nadie quería hacerlo.

La cena no sé su fieron habichuelas o tachuelas, era lo mismo para mi paladar. Para el de todos. El silencio de los tres se volvía cada vez más incómodo, pesado. Era demasiada tristeza en el ambiente. De pronto una cuchara que estaba en el fregadero cayó al suelo estrepitosamente y los tres la miramos con detenimiento entre sorprendidos y asustados.

Esbocé una sonrisa. Sentí por primera vez, como hace mucho tiempo, que Bridget lo había hecho para romper le silencio. Yo le hubiera sugerido que fuera la cazuela, pero ella siempre había sido más fina y delicada.

Miré a mis padres. Ellos seguían mirando la cuchara, como buscando al responsable, obviamente no había nadie ahí.

- ¿Saben? - interrumpí su busqueda - hoy una chica me dio una nota y me dio un beso.
- ¿Un beso? - preguntó mi madre interesada.
- Sí, en la frente.
- ¿Y eso por qué? - preguntó ahora mi padre.
- No sé... - me encogí de hombros - fue como si Bridget me hubiera mandado a alguien para darme animos... - saqué la nota de mi bolsillo trasero y se la di a mi mamá. - Creo que no quiere que ninguno nos rindamos.

Mi madre tomó la nota y la empezó a leer. Rápidamente se tapó la boca y las lágrimas salieron de sus ojos. Mi padre se acercó a ella y la tomó de los hombros. También se puso a leer la nota y se soltó a llorar.Me uni a ellos y los tres nos dimos un fuerte abrazo.

Hacía tanto que nos hacía falta un consuelo.De pronto cayó un tenedor muy cerca de donde había caido el anterior.

- Basta Bridgett, sólo te falta que tires las cazuelas - dije inundado de lágrimas y una sonrisa. mis padres también sonrieron entre sus lágrimas.
- No Keane - me contradijo mi madre - Bridgett es más fina.

Sonreimos todos juntos, todos, no faltó ninguno.

Ni siquiera Bridgett.