Me coloque unos viejos vaqueros, sujete mi cabello bajo una gorra y me puse una sudadera inmensa ocultando mi figura para lograr asi fugarme del grupo de guaruras que mi padre había puesto a mi disposición.
Me puse a caminar por uno de los tantos inmensos centros comerciales de mi familia, mirando los aparadores con las miradas de desprecio de la alta sociedad. Me metí en una joyería a mirar y cuando intentaba salir de allí una mujer con ropa de imitación tropezó conmigo y la alarma de robos se activo. Al siguiente instante dos tipos encargados me sujetaron, alegando que el par de aretes que traía puestos eran parte del botín que estaba robando a la tienda.
Logré darle una patada en las espinillas a uno de ellos y salí corriendo, sin darles tiempo de reaccionar. Pude mirar a la verdadera ladrona escabullirse en uno de los baños del lado sur del almacén disimuladamente.
Corrí en esa misma dirección iba a demostrar mi inocencia y atrapar a la verdadera culpable y digo iba porque cuando intentaba introducirme al baño unos fuertes brazos me aprisionaron y una voz varonil resono en mis oídos: -Me temo que se equivocó de puerta señor.
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