Libertad

domingo, 26 de junio de 2011

Puedo recordar todos los detalles de mi vida sin error, con lujo de detalle, inclusive puedo recordar lo que estaba pensando en cada momento que viví.

Y es que mi vida no es una corta historia de 32 años que aparento, sino una de casi mil que llevo a cuestas.

En esos mil años han sucedido infinidad de cosas, he conocido más la muerte que la vida, he conocido más el odio, el rencor y las guerras que el amor y la bondad que a los humanos les encanta presumir. Sin embargo eso no me afecta, no me mata, no me interesa. Ya no más.

Yo soy la creación de un vampiro barbaro, sanguinario, que amaba la guerra, la sangre y el dolor como nadie más. Decidió usar a una mujer para engendrar a un ser como yo, mitad humano, mitad vampiro. A esa mujer jamás la conocí, no supe quien era, no recuerdo su rostro, sólo recuerdo el olor de su cuerpo, lo tibio de su cuerpo y lo caliente que estaba su sangre cuando la devoré. Me dio vida, y a cambio, yo tomé la suya.

Crecí tan rápido que todo aquel humano que me veía no me podía reconocer, pensaban que era otra persona, otro niño. Pero no sólo mi cuerpo crecía sin límite, mi mente también lo hacía, tan pronto tenía un mes de vida, mi cuerpo parecía de un niño de 10 y mi mente la de un joven de 20 años.

Mi padre vivía en un mundo de guerras, violencia, formaba parte de un ejercito de carroñeros, vampiros que se alimentaban de los humanos caidos. Al principio me llevaba, me obligaba a alimentarme de ellos, pero tan pronto probaba su  sangre tibia o fría, los vomitaba, me causaba repugnancia. De pronto ver a mi padre alimentándose de ellos me dio asco y lo rechacé, prefería cazar a mis propias victimas y matarlas yo mismo.

En ese tiempo, los humanos tenían miedo a criaturas como mi padre, pero el beneficio que ambos podían obtener los mantenía juntos. Esas personas eran igual o más sangrientas que mi padre, así que cuando me presentó frente a ellos no tardaron en aceptarme, aunque no podían negar el miedo que me tenían. Una cosa muy clara era que mi padre fuera un vampiro, un hombre transformado por otro ser igual que él, pero yo era diferente, ellos me veían crecer, me veían matar sin tocarme el corazón, era más fuerte que ellos y no envejecía. Me temían.

Las reuniones de los lideres de guerra pronto se volvieron comunes para mi. Tenía una mente que podía planear los ataques con exito, preveer los ataques de los demás sin margen de error. Los viejos y los sabios me pedian consultas, yo podía elegir a los prisioneros que cenaría. Hasta la atención que recibía mi padre era la más atenta, le habían dado a elegir sus victimas para comer, pero siempre elegía los cadaveres, jamás dejaría de ser carroñero.

Pasó muy poco para que mi padre decidiera volver a crear a un ser parecido a mi. Usó a otra mujer y de nuevo murió dando vida. Mi hermano no mató a su madre de la misma forma que yo, al poco de nacer se puso débil, ni la sangre lo animaba. Mi padre supo en ese momento que su segundo intento había sido fallido e intentó matarlo al instante, pero yo no lo permití, le pedí dejarlo con vida, así yo le enseñaría todo lo que sabía. No muy conforme, aceptó.

Crecimos juntos, convivimos y lo llegué a querer como nadie, era el único que podía comprender mis diferencias con los demás, entendía mi soledad. Pero él no era muy fuerte en la batalla, ni muy hábil para la estrategia. Yo lo protegía, lo cuidaba, yo lo veía como mi hermano, mi padre lo veía como una molestia.

Una noche que salí al campo de batalla, lejos del campamento, mi padre aprovechó para esconderse de mi y en medio del sueño de mi hermano... lo destazó.

Regresé y lo encontré muerto. Nadie se había atrevido a tocarlo, a ocultarlo, lo miraban con desprecio y hasta con gusto tomaban su muerte. Yo no pude con el dolor, la desesperación, la ira. Encontré a mi padre, comiendo muertos, le grité, le reclamé, era obvio que había sido él, no lo negó.

- ¿Para qué vivir una criatura tan débil y torpe? Lo mejor que le podía pasar era morir.

No soporté sus palabras, su indiferencia. Corrí a él,  lo enfrenté, y lo maté con facilidad, con placer. Sin buscarlo, me había deshecho de aquel que me ataba, de un "amo" que despreciaba. Con su muerte, yo ganaba mi libertad.

A partir de ese momento yo pude hacer lo que quise. Tomar mis propias decisiones, unirme al ejercito que quisiera, buscar a mis victimas, ser libre.

Sin embargo la libertad la cambié, me até a un odio, a una venganza, la até a ella y mi juramento de acabar con todo lo que ame, lo que la haga feliz...

Mi venganza es acabar con la única persona que he amado por no amarme.

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